18.5.07

Contar historias

Hay similitudes que saltan a la vista entre las exposiciones del MAC, que nos trae una muestra de la Bienal de Sao Paulo, y la que se exhibe en la Gran Sala del museo colonial de la Iglesia San Francisco. Eso es obvio.

Lo que a mi me llamó la atención fueron las diferencias.

No las diferencias evidentes, como la temática o el lugar o la técnica, sino las diferencias que existen en el modo de contar.

Ambas muestras tienen un valor cultural enorme, ambas merecen estar en los lugares que están, como lo merecía Rugendas. Pero ambas se cuentan de forma distinta, más que nada por un asunto de ordenamiento y de comprensión del espacio y del visitante.

Cuando recorres el MAC, las obras que ahí se exponen son las que van cambiando, y tienen que adaptarse a los distintos salones del Museo: este, nunca cambia; aunque también es cierto que hay casos en los que el Museo se adapta levemente a las obras expuestas, como en las instalaciones audiovisuales que requieren una sala oscura, por ejemplo.

Se plantea un cierto recorrido, que si bien es libre, está diseñado. Prácticamente, no hay manera de que te falte una exposición que ver al terminar.

Estas exposiciones se articulan de modo que se le presentan al visitante rítmicamente. No están todas las fotografías seguidas, ni todos los videos de corrido, ni todas las piezas volumétricas juntas. Los salones van intercalados y se presentan de manera natural aunque planificada.

En el museo colonial no pasa lo mismo.

La primera diferencia es que la Gran Sala fue construida exclusivamente para albergar la obra del Taller de Basilio Santa Cruz. La sala se adaptó a la obra, está en función de ella. Pero no se nota.

Cuando entras al museo y caminas hacia la Gran Sala, entras por la salida de esta. Me costó un poco ubicarme y si no fuera por la ayuda de la minuciosa Daniela Rodríguez habría pasado mucho más tiempo antes de realmente notar donde había que empezar a recorrer la muestra.

Ya, eso es nada, es casi un capricho.

Lo que no es un capricho es que los 54 grandes cuadros que narran la vida de San Francisco de Asís, rotulados numéricamente y en orden cronológico, donde el 1 es su nacimiento y el 54 es su reunión con Cristo una vez muerto, no estén ordenados. Ni siquiera algo que se le parezca.
Si bien están ordenados correlativamente hasta el cuadro Nº6, después es un caos. La historia no se puede entender bien, a menos que leas y veas todos los cuadros y luego armes el cuento mentalmente.

Para el visitante esto es muy desconcertante y realmente resulta en una experiencia que no es todo lo excelente que se supone debería ser, teniendo una sala hecha especialmente para albergar la obra.

¿Por qué pasa esto? Porque una exposición está diseñada y la otra no. Ambas historias son muy buenas, posiblemente la de San Francisco es aún mejor que la de la Bienal… pero se cuenta muy mal.

Es algo similar a lo que pasa cuando uno intenta reproducir un chiste graciosísimo que escuchó por ahí y le sale fome. El chiste es el mismo, pero la forma de contarlo cambió y el resultado ya no es el mismo.

Creo que visitar ambas exposiciones es una buena forma de entender experiencialmente el aporte que significa el diseñador para la sociedad. El diseñador cuenta las historias fenomenalmennte, porque sabe cómo deben ser contadas.

{Por este texto, seré absolutamente autorreferente. El próximo retomo las citas.}

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